¿Cuál es el criterio de mis juicios de preferencia?
¿Cuál es el criterio de mis
juicios de preferencia?
La toma de decisiones, sea en el plano de la
vida cotidiana, la política o el derecho, dependen de nuestra formación
familiar, cultural, educativa y de la historia personal de cada uno, que van
formando un sistema de preferencias o valores. Es así como a través de las
decisiones emitimos juicios de preferencia para evaluar las conductas de manera
favorable o desfavorable, esto a partir del catálogo de valores que hemos ido
definiendo como propio.
Para la aprobación o desaprobación de una
conducta, recurrimos a algún criterio metaético[1], que en
mi caso es el “no descriptivista
emotivista”. Sin embargo, antes de llegar a esta conclusión tuve que pasar
por varios cuestionamientos internos ligados a mi creencia en Dios: ¿la
existencia de Dios es una verdad objetiva? Y de serlo ¿cómo lo puedo probar?
En un primer momento pensé que mi criterio metaético
era el intuicionismo por el planteo metafísico de mi creencia en Dios, pero al
advertir que esto implicaba reconocer la existencia de verdades morales, me
incliné hacia el no descriptivismo emotivista, porque asumía que los juicios
morales no responden a afirmaciones verdaderas o falsas, sino que expresan
meras preferencias personales. Pero aún así insistía en el intuicionismo como
subcriterio metaético porque pensaba que era la única forma de justificar mi
creencia en Dios.
Esta adopción del emotivismo como criterio
principal y el intuicionismo como subcriterio implicaba una contradicción
irreconciliable, Toda vez que el primero no reconoce verdades morales y el
segundo si cree en la existencia de valores objetivos que orientan nuestro
actuar, los cuales podemos reconocer a través de una especie de intuición moral.
Siendo así debía elegir uno de los dos. Entonces pensé: si el planteo metafísico
de la intuición me funciona no tengo motivos para ser no descriptivista, y
elegí el descriptivismo no naturalista objetivista como criterio metaético y me
enfoque en justificar esta posición.
En ese momento argumenté:
De una manera general puedo
afirmar que en el trasfondo de mis decisiones está la idea de justicia,
considero justo lo que apruebo e injusto lo que desapruebo. Este criterio parte
de un planteo metafísico según el cual: como Dios es justo aprueba lo justo y
desaprueba lo injusto y se podrá distinguir lo uno de lo otro, a través de la
intuición. Ahora bien, la intuición no es más que la racionalización de las
emociones que me llevan a elegir mis preferencias. […]La intuición está guiada
por los valores que identificamos como pre-requisito de un orden justo, estos
valores que consideramos prioritarios terminan por definir la imagen que
tenemos de Dios. Yo creo en un Dios creador de todo lo que existe[2], creo en
un Dios que quiere el bienestar general. Mi idea de bienestar se fundamenta en
el undécimo mandamiento de la fe católica: “amarás a tu prójimo como a ti
mismo”. Considero a su vez, que este mandamiento es desarrollado por el
catálogo de derechos humanos y consiste en tratar a los demás como queremos ser
tratados, buscar la propia felicidad y permitir que los demás hagan lo mismo.
Cabe aclarar aquí, que a pesar de hacer
referencia a un principio de la fe católica, esta no es más que una referencia
a un pasaje bíblico, porque mi creencia en Dios no obedece a ninguna doctrina
religiosa en particular. Mi creencia en
Dios como ser supremo y creador, parte de aceptar que existe un mundo que no
fue creado por el hombre y que la especie humana hace pare de él. Ahora bien, La grandeza de ese mundo y los beneficios que nos
ofrece me llevan a asumir la bondad de ese ser supremo. La interdependencia de
la vida social y de la convivencia con ese mundo natural me lleva a concluir
que debemos pensar en el beneficio del otro para así lograr el beneficio
colectivo y el propio.
Pero
este planteo no es más que mi construcción personal de la bondad y de la
justicia como valores éticos que deben orientar la conducta humana. Siendo
importante resaltar que estos valores no son independientes de mis intereses
personales, de aquí la imposibilidad de pensar en un marco objetivo de valores
morales. (Zavadivker, p. 6)
Me percaté también, que en realidad yo no creo
tener la capacidad de distinguir lo bueno de lo malo como lo puede hacer el
Dios en el que creo, es decir, no creo tener una intuición, algo así como un
poder superior o divino que me permita afirmar la corrección de mis decisiones
de manera irrefutable y tampoco creo posible que alguien, un ser humano igual a
mí, cuente con este don. Por tanto nuestros juicios morales no son nada más, ni
nada menos que valoraciones individuales. Esta idea la dejo entrever en mi
equivocada defensa del intuicionismo:
Considero que hay solo una
verdad absoluta: la existencia de un ser supremo creador del universo, de allí
para abajo todo es relativo porque nosotros como seres humanos, no tenemos la
capacidad de afirmar con absoluta certeza si lo que alcanzamos a percibir con
nuestros sentidos se corresponde con la realidad en su completitud. De aquí que
lo que hoy creemos verdad, mañana pueda ser refutado o que lo que yo creo que
es verdad no coincida con lo que otros consideran verdad. Tampoco tenemos la
forma de probar definitivamente que estamos en lo correcto, solo podemos
intentar probar a través de argumentos o pruebas empíricas, dependiendo de lo
que se trate. Si hay una sola realidad o hay una realidad de cada individuo, es
una decisión previa metafísica que debo tomar: yo asumo que hay una sola
realidad, entendiendo ésta como la sucesión de hechos, pero creo que cada uno
tiene su propia percepción de cómo sucedieron los hechos, es decir, de su
propia percepción de la realidad. […] Ahora bien, los juicios morales no
plantean verdades absolutas, solo expresan el sentir y el pensar, tratando de
armar un discurso coherente, a través de la racionalización de los
sentimientos. Aunque no dejan de ser palabras con un fuerte contenido emotivo.
Considero que el gran limitante para definirme
como emotivista y abandonar el intuicionismo definitivamente, era la necesidad
de encajar en el criterio metaético mi creencia en Dios, fue en el planteo
emotivista de Bertrand Russell, donde encontré los argumentos suficientes que
me permiten reivindicar esta creencia, guardando coherencia con mi formación
epistemológica, según la cual no existen verdades científicas absolutas y la
realidad no es más que un constructo social.
Retomando las preguntas que formule al principio
de este escrito, sobre la objetividad de la existencia de Dios y sobre el
método para probarlo. Intentaré justificar mi posición emotivista. Considero
que mi imagen de un Dios bondadoso y justo al cual debemos seguir, se traduce
en mi deseo de que todos se comporten con bondad y justicia[3]. Y al expresarlo
así, como un mero deseo, estoy admitiendo que los demás tendrán sus propios
deseos, los cuales podrán coincidir con el mío o entrar en desacuerdo. En todo
caso, ante un desacuerdo de esta naturaleza no habrá argumento que valga en
contrario porque no habrá una verdad que probar, solo estamos expresando
opiniones. (Russell en Zavadivker, p. 10)
Comparto
con Russell que a pesar de la necesidad de valores objetivos que orienten el
comportamiento social[4],
la objetividad de estos valores como hechos morales buenos o malos en sí
mismos, es una tarea hasta ahora imposible y me atrevo a agregarle, innecesaria:
si no existe una prueba que
revele la objetividad de un valor, la discusión será igualmente viable o
inviable tanto si los valores son objetivos como si son subjetivos. Desde un
punto de vista práctico, donde lo que importa es modificar la conducta, no importa
la subjetividad u objetividad de los valores en que uno crea, sino la
posibilidad de influir en los valores del otro. (Russell en Zavadivker, p.11)
Referencias
Guibourg, Ricardo (2006).
“La construcción del pensamiento”. Buenos Aires: Colihue.
Zavadivker, Nicolás (2010).
“La teoría transformadora de Bertrand Russell”. En: A Parte Rei. Revista de
filosofía.
[1] La metaética: “se sitúa más allá de la ética al examinar los conceptos
básicos que sirven de instrumento en los razonamientos morales.” (Guibourg,
2006: 130)
[2] Como sea que lo llamemos.
[3] “Pareciera ser consustancial a la ética el intento por convertir sus
deseos, en un primer momento personales, en universales, lo que estaría en el
origen de la creencia en la objetividad de los valores.” (Zavadivker, p. 9)
[4] Porque de lo contrario quedamos al vaivén de
meros intereses individuales.
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